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Yo, Yolanda

Mi padre Enrique fue sujetado por muchas personas. Me llamaba desesperado, pero felizmente su dulce voz llegó hasta mi nueva morada: "... Yolanda, Yolandita, dónde estás hija mía, Yolandaaa".

Aunque hubiera deseado que me los susurrara al oído, mi familia aún lo necesitaba mas que yo.

Formábamos una verdadera tribu de ocho hermanos mas uno adoptado. No era nada fácil, siendo humildes, pero mis padres eran unos grandes luchadores contra toda adversidad. Habitábamos en un viejo edificio en Breña, Lima. Entre los inquilinos vivía mi prima Alicia con sus dos niños. Nos queríamos mucho.

Una tarde corrió el pánico cuál reguero de pólvora. Escuché gritos angustiantes por todos lados. Un joven vecino huyó fuera de sí, sin dar la voz de alarma al comprobar que su cuartito ardía. Una vela que usaba para leer se había volcado y prendido las viejas cortinas. El fuego se propagó violentamente por el edificio envolviendo todo con su manto de terror.

Escuchaba sirenas mientras sentía que nos asfixiábamos por el denso humo. Nos tropezábamos y volvíamos a caer. Esquivamos puertas y pasarelas en llamas, escaleras quemadas y partes de techos que se nos venían encima. Un caos total. Pero a pesar de todo fuimos alcanzando la salvación de la calle reclamando nuestro derecho a la vida. ¿morir? ¿porqué?, si aún debo terminar el colegio para ser doctora. Logramos escapar del infierno.

Nos contábamos de uno en uno, para ver si no faltaba nadie. Me sentí feliz de ver a mi familia completa. Busqué a mi prima Alicia con la mirada, no la vi, tampoco a sus hijos, mis adorables, engreídos. <<seguro no han notado el incendio, ellos habitan en la parte de atrás y dormían cuando los dejé por la tarde>>, pensé; mientras mis piernas incontrolables ya corrían en dirección a un monstruo incandescente.

Sentí como si me transformara también en otro monstruo, para hacerle frente de igual a igual. No sentí miedo alguno. Creo que no corría sola, una fuerza aliada y extraña me acompañaba. Y por suerte ningún familiar notó mi temporal ausencia. No lo dudé ni un segundo cuando tuve que atravesar la cortina de fuego, no sentí dolor ni nada por el estilo, sólo experimentaba una tranquilidad interior. ¿pero qué hacen allí sentados, tiritando de miedo?, –le grité a mi prima– ¿quieres morir junto a tus hijos?, bueno si eso es lo que quieres, allá tú, yo no lo acepto y los voy a sacar de acá. ¡Ponte de pie tonta! ¡reacciona mujer!, ¡párate y muévete por favor!

Hay solo una ventana y da a un techo, pero es demasiado alto para deslizarlos por ahí. Mis gritos de auxilio se escucharon en todo Lima, creo, pero dio resultado porque ya estaban algunos hombres en el techo de abajo dispuestos a recibirnos. Alicia gritó fuera de sí, al ver que el fuego ya se propagaba por el cuarto. Bueno apurémonos, –les grité. Oí una algarabía cuando logré descolgar a mi primer niño de su bracito, para que lo reciba un vecino. Hice lo mismo con el otro y mi prima, aunque ella causó mucho más trabajo debido a su pasión por la buena comida y aversión a los deportes. Cuando vi a los tres a salvo, le agradecí a Dios, con una dulce sonrisa. <<bueno, y ahora me toca a mí, creo que también merezco la pena salvarme, ¿cierto?>>, me dije, llena de optimismo. Sentí que un calor traidor me acariciaba la espalda y comprobé que el fuego ya era dueño de la habitación. Coloqué primero un pie en el marco de la ventana, para luego darme impulso con el otro, logré sentarme con medio cuerpo, cuando escuché un ruido ensordecedor y alguien apagó la luz.

No sé quién me sumió en la oscuridad, pero a través de un dulce y placentero túnel de luz seguí viendo y oyendo todo. Mis adorados sobrinos junto a su mami, eran auxiliados por los paramédicos y conducidos donde se hallaba el resto de la familia. Mi padre, desesperado, le preguntaba algo a Alicia, quien estaba en una camilla. No comprendí bien la razón, pero él parecía molesto con ella, hasta le grito y la zarandeó. Pero por su debilidad y el trauma recién vivido, Alicia se desmayó.

Reconocí a Luchito y Jaime, dos chiquillos del barrio, en una interesante conversación;
– ¿pudiste ver algo?, –preguntó Luchito.
– no; llegué tarde, después del desplome ¿y tú?
– yo si pude ver todo. Lo más emocionante fue cuando logró descolgar por la estrecha ventana a dos niños y una señora bastante pesada. Todos los presentes aplaudimos, pero la tristeza vino cuando la chica logró sentarse en la ventana y antes de saltar hacia la vida, el techo se desprendió, sepultándola. El humo que salió por la ventana, daba miedo, me pareció como si el diablo escupiera un fuego negro, marrón y rojo.
– me dio pena la chiquilla. Estudiaba en el mismo salón de clases que mi hermana Lucrecia.

<<creo que hablaban de mí, porque yo estudio con Lucrecia. Pero no se han percatado que mi padre los ha escuchado>>.

Un grito me hizo mirar hacia el edificio. Mi padre corría vociferando mi nombre. Parecía un poseso. Entre varios lo sujetaron y evitaron que ingresara al edificio. Su fuerza era descomunal. Él seguía gritando: "... Yolanda, Yolandita, dónde estás hija mía, Yolandaaa". Comencé a gritar desesperada y nadie me escuchaba. Golpeaba con todas mis fuerzas, pero, las ventanas del túnel eran muy gruesas, corrí buscando la salida sin hallarla. Gritó hasta que también le llegó su oscuridad. Cayó desmayado en los brazos de mi madre y el calor de la familia. Quienes también fulminados por la pena se consolaban estrechándose entre sollozos para no sucumbir al dolor y la desesperación.

Ahora sé lo que pasó. Ya nos reuniremos todos algún día. Me honra que un colegio de mujeres lleve mi nombre y mi sobrino me haya enaltecido haciéndome tocaya de una de sus hijas, quien también atravesó el mismo túnel pero en sentido contrario, un soleado mayo de 1997.

 
Eduardo Rocha <08.03.2020>

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